Yo también estuve en La Habana aquel marzo de 2008 – firmado Laura
06/05/2020
Yo también estuve en La Habana aquel marzo de 2008
Hermoso y cálido recuerdo, tenía 23 años, muchas ganas de vivir y una enorme inconsciencia de que lo que sucedía a mi alrededor era excepcional. Yo simplemente le ponía el entusiasmo y la sinceridad de quien no sabe pero quiere participar.
Había sido un invierno frío, lo pasé cerca de los Alpes, en Grenoble, estudiando y visitando instituciones internacionales en Bruselas, Luxemburgo, Estrasburgo y Ginebra. Muchos señoros, amplias salas desalmadas, mentiras en varios idiomas y sueños que se desmoronan. En Grenoble alquilaba una habitación bastante económica en un piso frío y húmedo, iba cada mañana en bicicleta a la universidad, salvo si llovía. Pedaleaba contra el frío con un abrigo que no era lo suficientemente cálido, supongo que por ello invertí en uno de lana, cuando las primeras rebajas de enero me pillaron en casa de mi amiga Louise en Estrasburgo. Debo decir que todavía lo tengo, supongo que acerté.
No tengo claro si el invierno fue realmente tan frío, o es el contraste con Cuba lo que lo volvió así de helado en mi memoria. El caso es que un día de marzo subí al tren dirección Perpinyà donde me esperaba mi madre, hicimos noche en Barcelona, y de allí salió nuestro vuelo hacia La Habana, con escala en París.
Llegamos al atardecer y esa misma noche había un concierto al que íbamos. El recuerdo es borroso, yo tenía sueño y había muchas personas a las que conocer.
Mi primer amanecer en La Habana, sin embargo, lo recuerdo perfectamente. Eran las 6 de la mañana y entraba una luz deslumbrante por la ventana. Estaba alojada en una planta bastante alta de un hotel enorme, bajé en ascensor hasta la planta baja, verifiqué el horario del desayuno y salí a deambular por allí. La enorme y decadente piscina estaba preparada para recibir a los turistas. Caminé con esa sensación de borrachera que provoca el jet lag por la mañana hasta que dieron las 7.
A partir de aquí, un sinfín de fotogramas. El primer paseo por La Habana vieja con mi madre, subir a un cocotaxi con Paloma y Miki, el Malecón. La mañana en que fuimos a Varadero y paramos a tomar una piña colada al lado de un puente enorme, Eduardo y los artistas cubanos Rancaño y Kacho pintando el mural que ornamentaría el escenario del Auditorio Karl Marx durante el gran concierto homenaje programado para finales de semana, Juan Miguel Morales con su rolleiflex sacando fotos, o cuando me quedé frita en el sofá durante una siesta interminable hasta que llegó Marichu preocupada y me despertó. Miki me dibujó.
Roger Mas, despeinado, diciendo que en la vida lo importante es que te pasen cosas, que sean buenas o malas es secundario, Cristina Fallarás, con su pelo rizadísimo lleno de energía, escribía, bebía, decía lo que le daba la gana, hacía lo que le daba la gana, la primera mujer de película de veía en mi vida. Vicente Feliú, Aurora, Aurorita. Simón Rosado y Teresa Salvador. El día en que fuimos a una fiesta en un piso de alguien a quien no conocíamos y nos inventamos que era un hijo de Fidel para ponerle emoción. El día en que fuimos a comer a una especie de asador y cayó una tormenta, el día en que fuimos a casa -creo- de Sílvio y a casa de un artista cuyo nombre no recuerdo, o el día en que nos quedamos atrapadas en la casa donde se alojaba la família Aute mientras “los mayores” iban a una cena con gente importante. Yo me quedé dormida en el sofá (para variar) y al regresar de la cena Eduardo sentenció que teníamos el síndrome del Ángel Exterminador. Buñuel siempre nos acompaña.
Aquella cena en aquella azotea de aquel hotel, vagabundear por la noche habanera, la inauguración de la increíble exposición retrospectiva de la obra pictórica de Aute en Bellas Artes, y por supuesto, el recuerdo por excelencia, el que tendrá tantas versiones como asistentes, el gran concierto homenaje en el Auditorio Karl Marx.
Podría seguir encadenando caóticamente recuerdos, pero no me quería alargar, simplemente quería contar, que yo también estuve en La Habana aquel marzo de 2008, ignorando por aquel entonces, que a quien celebrábamos y homenajeábamos, era a una persona excepcional, de esas que solamente nacen muy de tanto en tanto, un Lorca, un Aute.
Laura Camps